Por: María Camila Payán
Estudiante de Octavo Grado en la I.E.D. Instituto Técnico de Comercio Barranquilla
Entrevistadora: "Cuando ves a tu agresor, qué sientes?"
Víctima: “Siento un terror abrumador, dolor profundo y una rabia que me consume. Me veo obligada a esconderme en mi habitación para que no me descubra y vuelva a hacerme daño. He compartido esto con mi familia, pero no recibí el apoyo que esperaba. Me siento ignorada y eso me hace sentir vulnerable, insegura y aterrada. No sé por dónde empezar para superar esto. Las cicatrices en mi alma son profundas, y la relación con mi propio cuerpo es un tormento. Me miro en el espejo y siento un asco insoportable, pero estoy decidida a hacer un esfuerzo para sanar y reconstruir mi vida. Necesito buscar ayuda profesional.”
En el año 2022 se registraron 19,065 casos de abuso sexual, y lo más preocupante es que 16,527 de esas víctimas eran niñas menores de edad.
Testimonios como el anterior dan cuenta de una realidad que se ha vuelto parte del paisaje entre niños, niñas y adolescentes. Un informe del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar nos muestra con cifras cuán alarmante es este problema: en el año 2022 se registraron 19,065 casos de abuso sexual, y lo más preocupante es que 16,527 de esas víctimas eran niñas menores de edad.
Las consecuencias para las víctimas pueden ser devastadoras y, en muchos casos, irreparables: el trauma es una herida profunda que puede cambiar la vida de la víctima y perturbar su pisquis para siempre, e incluso puede llegar a afectar su orientación sexual.
El acceso carnal violento abarca una serie de conductas atroces, como tocamientos en zonas íntimas, caricias ambiguas que se camuflan de afecto filial y, por supuesto, agresiones sexuales explícitas. A menudo, los victimarios pertenecen al círculo cercano de la víctima, y su objetivo es satisfacer sus impulsos sexuales a costa de la persona más próxima e indefensa, utilizando la manipulación como un recurso que usualmente prospera toda vez que el blanco de su repudiable propósito suelen ser mentes ingenuas. En el peor de los casos, y habiendo agotado vías mucho más disimuladas, no les queda otra opción que ejercer violencia directa sobre la víctima.
La presión es tan insoportable, que las personas intentan quitarse la vida o recurren a autolesiones como una forma de canalizar el miedo que sienten.
Cabe anotar que las consecuencias para las víctimas pueden ser devastadoras y, en muchos casos, irreparables: el trauma es una herida profunda que puede cambiar la vida de la víctima y perturbar su psiquis para siempre, e incluso puede llegar a afectar su orientación sexual. En ciertos casos, la presión es tan insoportable, que las personas intentan quitarse la vida o recurren a autolesiones como una forma de canalizar el miedo que sienten.
Brindar apoyo y confianza a la víctima para que comparta lo que ha ocurrido, es crucial. Además se deben tomar medidas inmediatas para proteger al niño o adolescente alejando al agresor de su alcance.
Los sentimientos que experimenta una víctima son variados: dolor, tristeza, rabia, asco, frustración, molestia, decepción, trauma e ira. A menudo, estas reacciones se acompañan de ansiedad, depresión, desesperanza y una sensación abrumadora de pérdida de control sobre su propio cuerpo y vida.
Hay que aprender a identificar los casos en que la cercanía de algún familiar se torna sospechosa por incluir formas de interacción que sobrepasan los límites que protegen la integridad corporal y psicológica del menor.
Es fundamental recordar que tanto niñas como niños pueden ser víctimas de abuso sexual, y ambos merecen igual protección. ¿Qué debemos hacer si sospechamos de un caso de abuso sexual? Además de brindar apoyo y confianza a la víctima para que comparta lo que ha ocurrido, es crucial tomar medidas inmediatas para proteger al niño o adolescente y alejar al agresor de su alcance. Deben presentarse denuncias ante las autoridades pertinentes y buscar asesoramiento psicológico, médico y legal de inmediato.
Por consiguiente, cuidar a nuestros niños, niñas y adolescentes es una responsabilidad que debemos asumir con determinación, así como también aprender a identificar los casos en que la cercanía de algún familiar se torna sospechosa por incluir formas de interacción que sobrepasan los límites que protegen la integridad corporal y psicológica del menor. Debemos estar alerta, escuchar y actuar en contra de esta terrible forma de violencia. Juntos podemos trabajar para prevenir el abuso sexual y desenmascarar las malas intenciones de quienes a veces se camuflan bajo la máscara del afecto familiar, para brindar apoyo a las víctimas en su camino hacia la sanación y la reconstrucción.
コメント