Por: Kenia Mileth Carrascal Dominguez Estudiante de Noveno Grado I.E.D. Instituto Técnico de Comercio Barranquilla
“Se necesita tristeza para conocer la felicidad, ruido para apreciar el silencio, y ausencia para valorar la presencia”
La felicidad es tan espontánea que, cuando llega un momento de tristeza, no nos hallamos a nosotros mismos y vemos a la felicidad como un recuerdo lejano que hemos dejado pasar sin aprovecharlo.
Cuando, con ocasión de una vivencia, permitimos la entrada de la tristeza a nuestro mundo, es como si subiéramos a una montaña rusa de sensaciones, pensamientos y sentimientos en donde todo puede cambiar muy de repente agobiándonos. Sin embargo, cuando volvemos a la normalidad, aquella situación difícil se queda en el pasado, la recordamos en el presente y la olvidamos en el futuro.
Soy una persona ruidosa, muchas veces me lo han dicho, y lo acepto. El silencio es algo que me asusta, pero en ocasiones también lo necesito para aplacar mis angustias.
Los humanos somos seres que vivimos en constante inconformidad y que a menudo solemos repetir: “Yo no quiero esto, quiero esto otro” pero, cuando por fin tenemos aquello que tanto anhelábamos, resulta que ya no lo queremos, pues ya hemos desarrollado el querer por otra cosa futura.
¿En realidad es aburrida mi vida o sólo soy incapaz de ver todo lo que puedo hacer para ser feliz?
Creo que deberíamos aprender a apreciar y valorar las pequeñas cosas, los instantes y las personas que están en nuestra vida y eso sí, antes que nada, es clave aprender a valorarnos a nosotros mismos para poder valorar a los demás.
En muchas ocasiones de nuestro diario vivir decimos: ¡Que aburrida es mi vida! o ¿por qué no me pasan cosas tan divertidas como a aquella persona? Tal vez la pregunta debería ser: ¿En realidad es aburrida mi vida o sólo soy incapaz de ver todo lo que puedo hacer para ser feliz? Resultamos ser tan pesimistas que enfocamos esa parte gris de nuestro día a día, y así, como suelo decir, nos vamos introduciendo en un modo automático.
Ese modo automático que activamos, nos hace sentir vacíos. Con una sensación de vivir nuestra vida como ausentes. Vemos lo que nos sucede desde una perspectiva en la que surgen muchas preguntas a las cuales no les encontramos ninguna respuesta y que solo se mantienen allí en nuestra mente esperando a ser respondidas.
Todas esas sensaciones que tenemos, antes solían darse con menos intensidad pero, de alguna manera, el estar encerrados por esta pandemia del Covid-19, las disparó. Al inicio, pensábamos que la pandemia sería cosa de una semana... mientras las cosas mejoraban. Pensábamos que pronto podríamos volver a lo que hacíamos todos los días y, jamás pasó por nuestra mente, que toda esta situación se saldría de control prolongándose más de un año. Más de un año sin ver a las personas que tanto apreciamos, a nuestros amigos y familiares. Comenzamos entonces a sentirnos solos, y nos preguntamos: ¿en qué momento pasó todo esto? Y es que, toda esta situación que atraviesa el mundo, parece un sueño del que pudiésemos librarnos con un anhelado despertar... sin embargo, al abrir los ojos, nos encontramos con la horrible pesadilla de que es la realidad. Una realidad en la que el mundo parecería estar por acabarse por acción de esta inesperada pandemia.
En conclusión, somos personas metaestables, ya que nuestro cerebro puede procesar y enfrentar el caos, ordenarlo, comprenderlo y transformarlo. De esta forma, guarda aquellos momentos, pensamientos, emociones y sentimientos de la evolución de nuestra vida en el mundo.
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